1. Comienzo mi intervención saludando al señor cardenal don Fernando Sebastián, al señor Alcalde, D. Juan Ignacio Zoido, y a la señora Delegada del Educación y Cultura del Ayuntamiento, Dña. María del Mar Estrella, a quienes agradezco su presencia entre nosotros en esta mañana. Saludo también a los organizadores, el señor Obispo auxiliar, Delegado de los Obispos del Sur para el sector pastoral de la Enseñanza, a los señores Obispos de Huelva y Asidonia-Jerez, al Secretario Técnico, a los Delegados Diocesanos, a los representantes de Escuelas Católicas, de la CECE y de los Sindicatos. Saludo con especial gratitud y afecto, en nombre de los Obispos que servimos a la Iglesia en Andalucía, a los casi ochocientos profesores de Religión que os habéis dado cita en Sevilla para participar en este Congreso. Sed todos bienvenidos a nuestra Archidiócesis. A todos os manifiesto el afecto y el aprecio de los Obispas que servimos a la Iglesia en Andalucía; el afecto y además la solidaridad y el apoyo explícito en estos tiempos recios, en los que se dibujan en el horizonte no pocos nubarrones para la enseñanza religiosa escolar.
2. Bien conocemos los Obispos las dificultades a las que os enfrentáis en vuestra tarea, la primera la secularización de la sociedad, que ha avanzado en los últimos años con una velocidad de vértigo. Occidente vive el presente olvidando sus raíces y su herencia cristiana. Son muchos los que en los últimos años han ido perdiendo el sentido de la vida, en un contexto social y cultural en el que el proyecto de vida cristiano se ve continuamente desdeñado y amenazado como un atavismo incompatible con la modernidad. (EE, 8). Los profesores de religión realizáis vuestra tarea en un clima de relativismo y de subjetivismo doctrinal y moral, que impide la transmisión de los valores objetivos y universales y dificulta el aprecio de la verdad y la búsqueda de un proyecto de vida claro y definido. A ello se añade la falta de interés de tantas familias y su escaso testimonio de vida cristiana ante sus hijos. En ocasiones, las dificultades con que os encontráis vienen de la hostilidad de los equipos directivos y de algunos miembros de los claustros, que a lo más toleran por imperativo legal vuestra presencia, pero siempre considerándoos como profesores de un rango inferior.
3. Inciden negativamente en vuestra tarea la incertidumbre que han generado las políticas educativas de las últimas décadas, que han ido marginando progresivamente a la asignatura de Religión, marginación que la LOMCE no solo no ha resuelto, sino que la ha incrementado, a pesar de las reiteradas gestiones de la Conferencia Episcopal para que se respeten los Acuerdos Iglesia-Estado, que ciertamente no se han respetado. Los Acuerdos aseguran que la enseñanza religiosa escolar se imparta en condiciones análogas a las demás áreas, sin limitaciones, sin los recortes horarios que se anuncian o las trabas que experimentáis, que en ocasiones dan la impresión de querer asfixiarla, tratándola como una materia marginal, un peso añadido a la carga curricular o unas enseñanzas inútiles y hasta perniciosas. No se respeta así el derecho inalienable de los padres a elegir el tipo de educación que desean para sus hijos, derecho que los poderes públicos no pueden limitar ni suprimir sin incurrir en una arbitrariedad injustificable en un Estado democrático.
4. No faltan quienes opinan que la escuela no es el lugar propio de la formación religiosa, que pertenece más bien al ámbito familiar o a la catequesis que ha de impartirse en la parroquia. La familia y la parroquia tienen ciertamente un puesto insustituible en la educación cristiana de nuestros niños y jóvenes, como lo debe tener también la escuela si quiere educar integralmente a las nuevas generaciones. Estas tres instituciones están llamadas a colaborar entre sí al servicio de la educación integral de nuestros niños, como encarecemos los Obispos en el documento de mayo de 2013 titulado “Orientaciones pastorales para la coordinación de la familia, la parroquia y la escuela en la transmisión de la fe”.
5. A veces, incluso en ambientes eclesiales, se aduce como razón fundamental para apuntalar la enseñanza religiosa escolar que sin un conocimiento riguroso del cristianismo y del Evangelio es imposible comprender nuestra historia, nuestra cultura, las manifestaciones artísticas, la pintura, la escultura, la literatura o la música, nacidas al calor de la fe. Es una razón válida, pero no la única, ni la más importante. Hay otras razones: la formación religiosa escolar proporciona a los alumnos el conocimiento de la verdad revelada sobre Dios, responde a las preguntas fundamentales sobre el sentido de la vida, nuestro origen y el destino eterno y trascendente del hombre, ofreciendo razones sólidas para vivir, luchar y sufrir. La formación religiosa ofrece al alumno principios morales de comportamiento para con Dios y para con el prójimo, tanto en el plano personal como social, en aspectos tan decisivos como la convivencia, el respeto, la justicia, la honradez, el amor a la verdad, la entrega a los demás, el sacrificio, la fraternidad y el servicio. En consecuencia, la educación religiosa escolar encierra un evidente valor social, pues ayuda a formar buenos ciudadanos, aspecto éste que las autoridades políticas deberían valorar como se merece. En el momento actual, cuando nuestra sociedad mira con preocupación la pérdida de valores morales y sociales de una parte de nuestra juventud, entre la que con demasiada frecuencia surgen brotes de violencia, e incluso de delincuencia, es más urgente que nunca ofrecer a nuestros niños y jóvenes una sólida educación en los valores religiosos y morales, que ciertamente aporta la enseñanza religiosa en la escuela, dentro del horario escolar y con la metodología propia de la enseñanza académica.
6. En las últimas semanas la opinión pública ha ido conociendo numerosas conductas inmorales y corruptas, que han sido el argumento de numerosísimas tertulias y artículos en los MCS. En muchas ocasiones se ha aludido a la pérdida de los valores en nuestra sociedad. No se ha aludido, sin embargo, a la razón última, la ausencia de Dios, la desaparición de Dios del horizonte de la vida diaria de tantos conciudadanos nuestros. En las sociedades occidentales se ha producido una especie de “eclipse de Dios”, una evidente amnesia de nuestras raíces cristianas, un abandono del tesoro de la fe recibido, que ha sido el alma de Occidente, y que ha producido una cultura exuberante, la cultura cristiana. Occidente vive en una especie de apostasía silenciosa, en una desertización espiritual como nos dijera el Papa Benedicto XVI. El hombre se cree autosuficiente y vive como si Dios no existiera. Él es el gran ausente en la vida personal, familiar y social.
7. Lo cierto es que para muchos conciudadanos nuestros se está haciendo normal el olvido de Dios y la relación personal con Él. Pero si Dios es la fuente de la vida y el fundamento de la moral, el ser humano, sin una referencia consciente a su Creador, pierde su dignidad e identidad. El olvido de Dios es el origen de todos los problemas de la sociedad, de la insolidaridad y la pobreza, de las crisis familiares, de la soledad y la angustia de tantos hermanos nuestros, del nihilismo de tantos jóvenes sin rumbo y sin esperanza. La fe en Dios y en su Hijo Jesucristo es lo único que nos permite construir nuestra vida sobre roca. Él es quien da estabilidad y consistencia a nuestra vida. «Todo cambia –nos dijo el papa Benedicto XVI- dependiendo de si Dios existe o no existe». Efectivamente, la fe ilumina la vida del creyente, la transforma, la llena de plenitud, de hermosura y de esperanza, porque el hombre está hecho para Dios. Como nos dijera el mismo papa Benedicto, “Dios es la fuente de la vida; eliminarlo equivale a separarse de esta fuente e, inevitablemente, privarse de la plenitud y la alegría: «sin el Creador la criatura se diluye»” (GS 36).
8. En el mes de septiembre de cada año, en una ceremonia análoga en todas las diócesis, los Obispos damos la missio canonica a los profesores de Religión. Lo hacemos en nombre de la Iglesia, que tiene como misión casi única, en expresión del cardenal de Lubac, hacer presente a Jesucristo. Efectivamente, “ella debe anunciarlo, mostrarlo, entregarlo y darlo a todos. Todo lo demás no es sino sobreañadidura”. Si esa es la misión de la Iglesia, esa y no otra es la misión del profesor de Religión: anunciar, mostrar y compartir con sus alumnos su mejor tesoro, Jesucristo, fuente y fundamento de virtudes y valores, como rezaba la campaña de la Conferencia Episcopal Española de este año invitando a los padres a optar por la clase de Religión para sus hijos.
9. Jesucristo, camino, verdad y vida de los hombres, única esperanza para el mundo, el único que puede dar respuesta a las ansias infinitas de felicidad que bullen en los corazones de nuestros adolescentes y jóvenes, debe ser el objeto casi único de vuestra enseñanza, pues como nos ha dicho el papa Francisco: “Jesús llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Él, pues son liberados del pecado, de la tristeza, del vacío interior y del aislamiento. Con Jesús siempre nace y renace la alegría” (EG1).Lo comprobamos si cogemos en nuestras manos los Evangelios. Todos aquellos que en su existencia histórica entran en contacto con Jesús, experimentan que sus vidas quedan transformadas, adquieren un nuevo sentido y esperanza, una desbordante alegría y una insospechada plenitud. Es el caso de los pastores, de los Magos, de Mateo, de Zaqueo, de la samaritana y de los apóstoles en las apariciones de Jesús a lo largo de la Pascua. Y es que, como nos dice el Papa, “con Jesús siempre nace y renace la alegría”.
10. No quiero concluir sin aludir brevemente al perfil del profesor de Religión, que en primer lugar tiene que tener corazón de apóstol y evangelizador. Pero para evangelizar es preciso estar evangelizado. Es necesario que el profesor de Religión esté convertido, que reconozca a Jesucristo como su único Señor y que aspire seriamente a la santidad. Debe sentirlo vivo y cercano, cultivar su amistad e intimidad, sentir la experiencia de Dios en la escucha de la palabra, en la oración y en la recepción frecuente de los sacramentos, especialmente de la penitencia y de la Eucaristía. Esta es la identidad más profunda del profesor de Religión.
11. La experiencia de Dios nunca disimulada, traducida en actitudes de esperanza y confianza en Jesucristo, Señor de la historia, necesita de la formación continuada. El profesor de Religión necesita también el complemento de la vida fraterna. El profesor cristiano no es una isla, un solitario, sino un solidario que sabe trabajar en equipo, un hermano, que vive en comunión con sus compañeros, con la parroquia, con los sacerdotes, con el Obispo y con todos los que buscan el reino de Dios. El profesor cristiano no puede ser indiferente a ninguna necesidad o dolor. Debe vivir con los ojos bien abiertos a las necesidades de sus semejantes, especialmente de los pobres y en concreto de los más necesitados de sus alumnos. Nunca separa la comunión con Cristo de la comunión con los hermanos, siempre animado por la fuerza de Jesucristo Muerto y Resucitado, que le comunica su Espíritu.
12. Los profesores de Religión, como reza el lema de vuestro Congreso, estáis llamados a ser luz. Sois profesores, sois maestros, pero habéis de ser también testigos. Debéis mostrar a Jesucristo a vuestros alumnos con el testimonio luminoso, atractivo y convincente de vuestra propia vida. No olvidéis que, como escribiera Pablo VI en Evangelii nuntiandi, "el hombre contemporáneo escucha más a gusto a los testigos que a los maestros o si escucha a los maestros es porque son testigos" (n. 41). El mundo bulle de maestros, pero le faltan testigos, testigos que con sus criterios verdaderamente evangélicos, con su competencia profesional, con su rectitud moral y ejemplaridad en el cumplimiento del deber, sean verdaderamente maestros de vida. Eso, queridos profesores de Religión, es lo que la Iglesia espera de vosotros. Nada más y nada menos. Muchas gracias.
+ Juan José Asenjo Pelegrina
Arzobispo de Sevilla